martes, 25 de noviembre de 2014

Phnom Penh (Camboya), una ciudad muy real


Sábado 22 de noviembre de 2014
¡Sorpresa, estamos en Camboya! Y sí, Phnom Penh existe y es una ciudad muy real, tanto por las fotos de la familia real de Camboya que hay por toda la ciudad como por la brutal realidad que presentan tanto los campos de exterminio (Killing Fields) como Tuol Sleng, la escuela convertida en centro de torturas durante el régimen de Pol Pot y sus jemeres rojos entre 1975 y 1979.
Las fotos del rey son inevitables, pero pude escoger no ver la locura de Pol Pot. Sé que el ser humano puede llegar a ser terrible, el más cruel y consciente de los depredadores, pero, esta vez al menos, preferí no saber hasta qué punto. Si volvemos algún día a Camboya, posiblemente tengamos que pasar por Phnom Penh y veremos si entonces mi estómago y mente tienen la suficiente fuerza para atreverse con estas bofetadas de realidad. Lo irónico es que, según parece, después de estas dos visitas uno puede ir a practicar tiro con varios tipos de armas. Surreal.

¿Y cómo hemos llegado a parar a Phnom Penh si no era este nuestro plan inicial? ¿Por qué hemos cambiado los Dongs por los Riels y el sombrero vietnamita (nón lá) por el chal jemer un día antes de lo previsto? Bien, teníamos comprado un vuelo Ho Chi Minh-Siem Reap (o como sea que se transcriba el nombre de esta ciudad: Seam Reap, Siem Riep o como mi app Weatherbug la ha reconocido, Siĕmréab), pero como era para el día 23 de noviembre (volar antes hubiera sido bastante caro) decidimos no utilizarlo y así aprovechar el tiempo viendo alguna zona más del Sur del país sin tener que volver a Saigón para coger el vuelo. Es por esto que el anterior post habla de nuestra estancia en Chau Doc y que el sábado cogimos un speed boat desde este pueblo a Phnom Penh y el domingo tomaremos un autocar desde la capital a Siem Reap.
El speed boat a Phnom Penh salió a las 7h05 en lugar de a las 7h45 como estaba previsto… porque, supongo, ya estábamos todos los guiris a bordo. Nos dieron una bolsita con dos bananitas (qué pequeñitas con son en estas tierras), un botellín de agua, unas crackers y unas cuantas de servilletas (qué finas y pequeñas, cuando las hay, son en estas tierras). El barco suele tardar, Mekong arriba, unas cinco horas, a las que tuvimos que añadir las dos horas y media que pasamos en la frontera entre Vietnam y Camboya para conseguir los visados. La espera, sin embargo, no se hizo muy larga. La primera hora la pasamos en la terraza con vistas al río del puesto fronterizo flotante, con snack-bar y servicio de cambio de divisas, donde tramitaron nuestras tarjetas de entrada; la siguiente hora y media, en unos jardines salpicados de construcciones jemeres y con un estanque del que no paraba de saltar fuera un pez que habían recién pescado en el río (el cambio de residencia no le  apetecía), donde acabaron de tramitar nuestros visados.

Phnom Penh nos pareció más moderna y limpia y menos pobre de lo que esperábamos. Esto no quiere decir que no viéramos mendigos y niños trabajando vendiendo bebida, comida, chales y libros (sí, uno también vendía libros aquí).
Había muchos extranjeros en la zona del río. De nuevo una ciudad con un agradable paseo que se llena por la noche de jóvenes, extranjeros y esta vez también de jovencitas con extranjeros. Por ser la noche de un sábado tuvimos la suerte de poder pasear por el mercado nocturno que la ciudad disfruta los fines de semana y en el que se puede comprar ropa, tomar algo exótico como un helado coreano llamado Magic Stick Ice Cream con la galleta con pinta de porra (churro) en forma de U de brazos desigualmente largos rematados con helado, o escuchar en directo, mientras se cena estilo picnic delante del escenario, a una impasable cantante entonar una canción que nos sonaba a chino acompañada de unos solos de guitarra, grabados, del estilo del mejor Santana.

Aquí hace la misma temperatura que en el Sur de Vietnam (unos 30 grados durante todo el día, exceptuando la primera hora de la mañana, cuando hemos llegado a sentir unos refrescantes 24/25ºC), pero es el primer lugar en el que me han molestado los pantalones largos, a pesar de ser ésta aún una ciudad con brisa ribereña (excepto en la capital, de momento no me he atrevido a ofender a los locales con camisetas de spaghetti lines y shorts). Se me hacía raro que a las 18h fuera ya noche oscura y la sensación de calor y humedad fuera tan intensa; en casa, una oscuridad así en noviembre sólo puede equivaler a frío.

Por cierto, qué difícil el tema de las propinas. Creo que nos hemos pasado en dar de más como en dar de menos. Cuando damos de menos es sobre todo porque las cifras de los billetes son altísimas, especialmente en Vietnam, y parece que estemos dando una burrada. Cuando hemos dado de más es porque calculamos la propina en nuestra moneda por lo que no nos parece tanto, pero ha acabado siendo a veces un 25% de lo que ha costado el servicio recibido, realmente una burrada. Así que supongo que lo mejor es calcular entre un 5 y un 10% del servicio, como suele hacerse en España, aunque parezca mucho en la moneda local y poco en Euros.


Pero volvamos a las fotos de la familia real. La estrella es el enorme retrato del Rey, Norodom Sihamoní, que hay a la entrada del Palacio Real. La vimos de noche, así que la impresión fue espectacular… como si de se tratase del anuncio luminoso de la obra de teatro más galardonada de Broadway. Señoras y Señores, con Udes. el Rey de Camboya (ver deslumbrante foto que acompaña a este blog). Es igualito al Yul Brynner de El Rey y yo. Me lo puedo imaginar perfectamente con los brazos en jarra dando instrucciones a la Deborah Kerr de turno.

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