Sábado 22 de noviembre de 2014
¡Sorpresa,
estamos en Camboya! Y sí, Phnom Penh existe y es una ciudad muy real, tanto por
las fotos de la familia real de Camboya que hay por toda la ciudad como por la
brutal realidad que presentan tanto los campos de exterminio (Killing Fields)
como Tuol Sleng, la escuela convertida en centro de torturas durante el régimen
de Pol Pot y sus jemeres rojos entre 1975 y 1979.
Las
fotos del rey son inevitables, pero pude escoger no ver la locura de Pol Pot.
Sé que el ser humano puede llegar a ser terrible, el más cruel y consciente de
los depredadores, pero, esta vez al menos, preferí no saber hasta qué punto. Si
volvemos algún día a Camboya, posiblemente tengamos que pasar por Phnom Penh y
veremos si entonces mi estómago y mente tienen la suficiente fuerza para
atreverse con estas bofetadas de realidad. Lo irónico es que, según parece,
después de estas dos visitas uno puede ir a practicar tiro con varios tipos de
armas. Surreal.
¿Y cómo
hemos llegado a parar a Phnom Penh si no era este nuestro plan inicial? ¿Por
qué hemos cambiado los Dongs por los Riels y el sombrero vietnamita (nón lá) por
el chal jemer un día antes de lo previsto? Bien, teníamos comprado un vuelo Ho
Chi Minh-Siem Reap (o como sea que se transcriba el nombre de esta ciudad: Seam
Reap, Siem Riep o como mi app Weatherbug la ha reconocido, Siĕmréab), pero como
era para el día 23 de noviembre (volar antes hubiera sido bastante caro)
decidimos no utilizarlo y así aprovechar el tiempo viendo alguna zona más del Sur
del país sin tener que volver a Saigón para coger el vuelo. Es por esto que el
anterior post habla de nuestra estancia en Chau Doc y que el sábado cogimos un
speed boat desde este pueblo a Phnom Penh y el domingo tomaremos un autocar
desde la capital a Siem Reap.
El speed
boat a Phnom Penh salió a las 7h05 en lugar de a las 7h45 como estaba previsto…
porque, supongo, ya estábamos todos los guiris a bordo. Nos dieron una bolsita
con dos bananitas (qué pequeñitas con son en estas tierras), un botellín de
agua, unas crackers y unas cuantas de servilletas (qué finas y pequeñas, cuando
las hay, son en estas tierras). El barco suele tardar, Mekong arriba, unas
cinco horas, a las que tuvimos que añadir las dos horas y media que pasamos en
la frontera entre Vietnam y Camboya para conseguir los visados. La espera, sin
embargo, no se hizo muy larga. La primera hora la pasamos en la terraza con
vistas al río del puesto fronterizo flotante, con snack-bar y servicio de
cambio de divisas, donde tramitaron nuestras tarjetas de entrada; la siguiente
hora y media, en unos jardines salpicados de construcciones jemeres y con un
estanque del que no paraba de saltar fuera un pez que habían recién pescado en
el río (el cambio de residencia no le
apetecía), donde acabaron de tramitar nuestros visados.
Phnom
Penh nos pareció más moderna y limpia y menos pobre de lo que esperábamos. Esto
no quiere decir que no viéramos mendigos y niños trabajando vendiendo bebida,
comida, chales y libros (sí, uno también vendía libros aquí).
Había
muchos extranjeros en la zona del río. De nuevo una ciudad con un agradable
paseo que se llena por la noche de jóvenes, extranjeros y esta vez también de
jovencitas con extranjeros. Por ser la noche de un sábado tuvimos la suerte de
poder pasear por el mercado nocturno que la ciudad disfruta los fines de semana
y en el que se puede comprar ropa, tomar algo exótico como un helado coreano
llamado Magic Stick Ice Cream con la galleta con pinta de porra (churro) en
forma de U de brazos desigualmente largos rematados con helado, o escuchar en
directo, mientras se cena estilo picnic delante del escenario, a una impasable cantante
entonar una canción que nos sonaba a chino acompañada de unos solos de
guitarra, grabados, del estilo del mejor Santana.
Aquí
hace la misma temperatura que en el Sur de Vietnam (unos 30 grados durante todo
el día, exceptuando la primera hora de la mañana, cuando hemos llegado a sentir
unos refrescantes 24/25ºC), pero es el primer lugar en el que me han molestado
los pantalones largos, a pesar de ser ésta aún una ciudad con brisa ribereña
(excepto en la capital, de momento no me he atrevido a ofender a los locales
con camisetas de spaghetti lines y shorts). Se me hacía raro que a las 18h
fuera ya noche oscura y la sensación de calor y humedad fuera tan intensa; en casa, una oscuridad así en noviembre
sólo puede equivaler a frío.
Por
cierto, qué difícil el tema de las propinas. Creo que nos hemos pasado en dar
de más como en dar de menos. Cuando damos de menos es sobre todo porque las
cifras de los billetes son altísimas, especialmente en Vietnam, y parece que
estemos dando una burrada. Cuando hemos dado de más es porque calculamos la
propina en nuestra moneda por lo que no nos parece tanto, pero ha acabado
siendo a veces un 25% de lo que ha costado el servicio recibido, realmente una
burrada. Así que supongo que lo mejor es calcular entre un 5 y un 10% del
servicio, como suele hacerse en España, aunque parezca mucho en la moneda local
y poco en Euros.
Pero volvamos
a las fotos de la familia real. La estrella es el enorme retrato del Rey, Norodom
Sihamoní, que hay a la entrada del Palacio Real. La vimos de noche, así que la
impresión fue espectacular… como si de se tratase del anuncio luminoso de la
obra de teatro más galardonada de Broadway. Señoras y Señores, con Udes. el Rey
de Camboya (ver deslumbrante foto que acompaña a este blog). Es igualito al Yul
Brynner de El Rey y yo. Me lo puedo
imaginar perfectamente con los brazos en jarra dando instrucciones a la Deborah
Kerr de turno.
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